Revolución o democracia (1)

Publicado: 2018-01-16   Clicks: 3169

   Conflicto colombiano

    Durante los días 5, 6 y 7 de abril de 1989 se realizó en Bogotá (Colombia), la primera Conferencia latinoamericana sobre la revolución y la democracia, cuyas memorias fueron recopiladas por el entonces senador e al república Miguel Santamaría Dávila, quien 28 años despúes en condición de Presidente de la Sociedad Bolivariana de Colombia, las publicó en un libro de importante interés para personas preocupadas por el futuro de Colombia.

   Por esas calendas de las últimas décadas del siglo XX, en la vida ciudadana y en el desenvolvimiento de los Estados que forman nuestra América Latina, ambos componentes -revolución y democracia- hervían al mismo tiempo. Era grande y apasionante el contraste entre los países que habían escogido la vía de las revoluciones (Cuba, Chile, Perú, Nicaragua, Guatemala, El Salvador) y los que se apegaban al esquema democrático, republicano, de derechos individuales y de libre empresa (Brasil, Venezuela, México, Colombia, entre otros).

    Dada la importancia de las exposiciones de este foro, la web www.luisvillamarin.com reproduce en proceso sucesivo todas las ponencias. En esta edición se transcribe la síntesis de los planteamientos de Miguel Santamaría Dávila, bajo el acápite: Perspectivas de la democracia en América Latina

    Las dimensiones de la revolución implican la alteración de los principios fundamentales; la sustitución de la infraestructura social en las instituciones políticas; la legalidad del cambio en busca de la legitimidad; el cambio de las élites y la violencia y, acontecimientos sangrientos que conducen al derrocamiento del régimen establecido.

    En cada etapa de la historia de la humanidad, especialmente en las últimas centurias, se tienen diferentes conceptos de lo que debería conseguirse con la revolución.

    La lógica consecuencia de un encuentro como este debe ser su prolongación en el tiempo a través de promover esta misma jornada de análisis sobre la democracia en los diferentes países del hemisferio.

     (Tomado del texto de la charla)

     Con profunda satisfacción y orgullo la Fundación Cubano-Latinoamericana y el Foro de Cundinamarca damos la más cordial bienvenida a los ilustres expositores y a los asistentes a este trascendental evento, donde en un cálido y fraternal ambiente se han dado cita las más diversas tendencias del pensamiento político, social y económico de América para analizar los efectos de la revolución y la democracia.

      La presencia de distinguidos líderes del hemisferio en Bogotá para inquirir sobre tan señalados temas, es una demostración de la confianza que existe en la vigencia de nuestras instituciones republicanas y las garantías civiles que aquí se viven, las cuales demuestran la falacia y la mala intención de ciertos medios de comunicación que tratan de hacer aparecer a Colombia como un país demencial, casi en disolución, a causa de grupos subversivos que buscan un cambio en el orden político y social por medio de la acción armada, el terror y el atropello de los derechos de los ciudadanos, todo a través de la violencia revolucionaria, sin propuestas concretas ni precisiones programáticas verosímiles.

     Estamos, pues, frente a una confrontación de alternativas entre un régimen democrático, como en el que vivimos, y ante otro de corte marxista- leninista, que no ha recibido apoyo popular en repetidas elecciones libres. Esta es una circunstancia de común ocurrencia en los países tercermundistas. Es una modalidad nueva que en nada se asemeja a sus seculares luchas por el poder de los partidos tradicionales en el pasado, cuando en ninguna oportunidad se busca suplantar el orden institucional ni menos la democracia, sino más bien enriquecerla con una mayor participación popular y cambios en el estilo.

     Hoy esta situación de insurgencia alimentada desde el exterior, con muy buenos equipos bélicos y una acción coordinada nacional, se ve agravada por la acción desgraciada del narcotráfico, para hacer más sombría la perspectiva. Esto obliga a desarrollar un análisis a fondo del problema y al propio tiempo invocar la solidaridad ciudadana para elevar el perfil ético y moral de la nación, y para afrontar con éxito el más grande de los retos de la democracia: nuestra existencia en libertad.

     Definir qué es revolución es el problema más difícil; pues se ha hecho tan diverso el uso del término que ha dado para las más diversas significaciones, ya que no se usa únicamente referido a un cambio político social, sino también para la trasmisión de la época agrícola a la industrial, y a los progresos de la tecnología alimentaria y la producción como revolución verde, etcétera.

     El cambio revolucionario significa la noción de algo en que desaparecen las viejas formas, frente a métodos nuevos y no experimentados. La revolución, definida como cambio por la violencia de un grupo de gobernantes en el Estado, no es lo mismo que la revolución definida como la modificación de valores de la comunidad.

     Las dimensiones de la revolución implican la alteración de los principios fundamentales, la sustitución de la infraestructura social en las instituciones políticas, la legalidad del cambio en busca de la legitimidad, el cambio de las élites a través de la violencia y acontecimientos sangrientos que conducen al derrocamiento del régimen establecido. Estas circunstancias constituyen un apasionante tema merecedor del más cuidadoso análisis para los investigadores, politólogos y, sobre todo, para una clase dirigente que no ha tomado conciencia de la magnitud de su responsabilidad.

     El estudio de la revolución se inicia con Aristóteles, quien la define en dos campos: el primero, como un cambio en la constitución del Estado; y el segundo, como un cambio de personal en el gobierno. Para el estagirita es, esencialmente, el cambio de la situación política más que una variante en la organización del Estado.

     Los brotes revolucionarios suelen ir precedidos de una cierta agitación ideológica y de la difusión de, los programas que se propone realizar en caso de triunfo de la insurgencia: predica la urgencia ineludible de un cambio radical en las instituciones a través de la violencia, para conseguir un cambio social, político, económico y cultural.

     En cada etapa de la historia de la humanidad, especialmente en las últimas centurias, se tienen diferentes conceptos de lo que debería conseguirse con la revolución. En los siglos XVI y XVII las revoluciones persiguieron cambios de tipo religioso, dinástico y territorial. En el siglo XVIII se vio la aparición de un contenido social y político; allí nos encontramos con la revolución francesa y la de América del Norte, en la búsqueda de la libertad, la igualdad, la fraternidad y el progreso.

     Su efecto y sus principios cunden y encienden los espíritus en el siglo XIX para que con la inspiración en "los derechos del hombre" se inicie y se cumpla la gesta emancipadora de Latinoamérica en busca de la libertad política y económica, y de la implantación de la democracia en casi todo el hemisferio.

     En el siglo XX las cosas cambian para ser algo más que un deseo de cambio. La Revolución rusa, la mexicana, la alemana con Bismarck, la de Hitler, Mussolini y Franco, la de Gaulle y Roosevelt, parecen obedecer una dialéctica local y a una necesidad de cambio.

En la segunda mitad del siglo se va imponiendo el sistema revolucionario importado, donde los principios de insurgencia no se ajustan a una conciencia histórica o nacionalista, sino que tienen carácter internacional como en el caso de Cuba y Nicaragua, por solo hablar de Latinoamérica.

     Estas revoluciones no son producto de una aspiración legítima de libertad, igualdad o democracia, sino de una serie de frustraciones de carácter político, económico o social. No desean construir sino destruir sistemas democráticos implantados a base de un enorme esfuerzo colectivo; no surgen de la reflexión sino de la pasión; y sus frutos no son los de la convivencia, la justicia y la paz, sino el desorden, la injusticia y la tiranía. Los individuos que participan -en su gran mayoría- no son de espíritus libres ni altruistas, sino objetos apasionados, víctimas o agentes de fuerzas violentas cuya dinámica los arrolla.

     Esto sucede con más virulencia en países como los nuestros, tan sensibles y abiertos al impacto de fuerzas e ideologías externas; escasos de una clase dirigente reflexiva, consciente, informada y valerosa, que esté siempre dispuesta a defender la libertad y la democracia de la tremenda amenaza del terror, del salvajismo, de la corrupción y de la pasión destructiva que se cierne sobre el hemisferio. Las últimas experiencias no están signadas por la reflexión, las grandes ideas o los propósitos sino por el odio, el terror y la violencia desenfrenada y cruel.

     Las revoluciones por la independencia fueron repentinas, violentas y universales. Cuando en 1808 España sufrió el colapso que significó la embestida de Napoleón, dominaba un imperio que se extendía desde California hasta el cabo de Hornos; desde la desembocadura del Orinoco hasta las playas del Pacífico, el ámbito geográfico de cuatro virreinatos y el hogar de diecisiete millones de personas.

    Quince años después, España solo mantenía su poder en Cuba y Puerto Rico y, proliferaban las nuevas naciones. Se había cumplido un proceso de encuentro de su propia identidad, de su cultura y de la defensa de sus recursos y, sus pensamientos de nacionalidad no podrían encontrar satisfacción sino en la independencia. A pesar de la indudable influencia de la ideología revolucionaria francesa, había muchas razones de carácter económico y social bastante más programáticas que ideológicas.

     Así pues, desde 1810, cada país buscaría su solución individual e intentaría resolver sus problemas económicos estableciendo relaciones con Europa y los Estados Unidos, sin preocuparse por sus vecinos. El genio de Bolívar trató de romper esa circunstancia buscando una América integrada y solidaria y un gran país, como soñaba que sería la Gran Colombia; sin embargo, los nacionalismos independentistas, los caudillos regionales, la irreprimible exigencia de cargos públicos, etcétera, hicieron que su propósito se frustrara y que aún no se cumpla el más fervoroso de sus anhelos. Es indudable que la gesta libertadora del siglo pasado estuvo signada por la grandeza y el más sincero patriotismo; lo propio sucedió con la guerra libertadora mucho tiempo después.

     En todas las etapas de la historia de las luchas libertadoras de esa alianza misteriosa se dio esa unión consustancial de hombres e ideas. Esa etapa fue cumplida por dirigentes cuyos anhelos se agitan por encima de pequeñeces y mezquindades para buscar laureles erizados de espinas, incomprensión, lucha interminable, en búsqueda de un ideal grandioso que no puede ser menos que la libertad y la independencia y, el nacimiento de instituciones democráticas que se arraiguen en el alma del pueblo con un propósito hondo y espontáneo. Esa solución tan clara y tan neta surge como una consecuencia de los nuevos derechos del hombre que se proclamaron en Francia, como idea fundamental que vino a arraigarse en espíritus preparados en tres centurias de dominación colonial.

     Sin embargo, las ideas revolucionarias francesas, con su crítica a las instituciones sociales, políticas y religiosas, fueron conocidas por los americanos desde la década de 1790 sin que fueran aceptadas en forma generalizada. Los movía la inquietud intelectual por saber qué pasaba en el mundo y resistían los intentos oficiales por mantenerlos en la ignorancia; por eso daban la bienvenida a las ideas de cambio como instrumento de reforma, pero no de destrucción.

     La experiencia enseña que los fenómenos sociales toman su importancia del carácter particular de la época en que nacen. El carácter de la historia antigua viene de hechos aislados. Cada cual seguía su camino sin que las ideas y costumbres de un pueblo invadiesen a otro. Con el paso del tiempo, después de los efectos de la propagación de las ideas que vimos en el siglo pasado, nos encontramos con que hoy no existe el aislamiento; el milagro de las comunicaciones y la tecnología da a la difusión de noticias una fuerza terrible que asimilan los pueblos, enlaza los objetivos y las relaciones se cruzan y bifurcan hasta lo infinito. En la época actual las cosas han cambiado radicalmente y la revolución se ha tornado en una insurgencia dirigida que no respeta la voluntad mayoritaria, los derechos humanos ni menos la amplia expresión de las ideas.

    Esto implica que el gran compromiso de la época está en informar y capacitar a las gentes para defender una democracia amplia donde se aplique la razón a la libertad, y diariamente se esfuerce para acercarse más a la voluntad pública con respecto a un buen gobierno y una sociedad justa, donde prevalezcan los derechos y la justicia que constituyen la esencia de la libertad.

    Para un buen demócrata, toda fe, todo credo, toda idea procedente de cualquier origen, puede ofrecerse sin cortapisas, mientras no incite a actos que amenacen a una comunidad pluralista y libre.

    La idea democrática debe extraer de los programas radicales los valores emanados del desafío al pensamiento y a las instituciones contemporáneas, y la urgente advertencia de una necesidad de algunos criterios y modificaciones vivificantes.

     Del liberalismo debe tomar la importancia de la racionalidad de los hombres y el optimismo afirmativo de que, dentro de límites razonables, los hombres puedan resolver sus problemas, gobernarse y avanzar hacia una vida mejor para ellos y para las generaciones venideras. Del conservatismo aceptar la fuerza moderadora de la tradición y su mensaje de que el progreso debe realizarse sin romper con excesiva rapidez lo que laboriosamente ha creado la sabiduría del pasado: los principios de orden y la vigencia de una diáfana justicia como base del progreso.

     El radicalismo, el liberalismo y el conservatismo democrático se encaminan, cada cual, de manera diferente, a desarrollar el Gobierno representativo que busca mejorar la vida de la comunidad, formada por todos los hombres a cuyos servicios está el gobierno. Podrá equivocarse, porque somos humanos, pero la democracia es el único sistema de gobierno capaz de corregir libremente los abusos de los gobernantes y también de remover, cuando lo cree conveniente, a los que cometan graves errores, en forma pacífica y ordenada, evitando las convulsiones revolucionarias. La voluntad popular deberá expresarse siempre a través del voto y la elección de gobiernos y congresos que reflejen la composición de diversas corrientes del pensamiento.

     La incidencia de los procesos revolucionarios en insurgentes, la violencia, el terrorismo, la inestabilidad económica, la deuda externa, el desarrollo económico, la integración y su incidencia de la democracia en Latinoamérica, junto con otros tópicos, serán los temas fundamentales puestos en análisis por diferentes ángulos, a las cimeras figuras que nos honran en este evento, sin duda el más transcendente de los que se celebren este año en el hemisferio y del cual tanto esperan millones de ciudadanos que aspiran a una vida mejor.

    Necesitamos mover ideas que nos rediman de la desolada incertidumbre que viven algunos de nuestros pueblos agobiados de temores, de acciones violentas, de gigantescos compromisos económicos y financieros que retardan su desarrollo; de problemas sociales aún insolutos y, en fin, de tantas amenazas a la necesaria estabilidad institucional que pueda garantizar un futuro prometedor a las próximas generaciones.

    Señores representantes de países amigos y distinguidos concurrentes, la lógica consecuencia de un encuentro como este debe ser su prolongación en el tiempo a través de promover esta misma jornada de análisis sobre la democracia en los diferentes países del hemisferio, cada año. Se haría necesario crear grupos democráticos heterogéneos en los países cuyos dirigentes quieran afrontar esta noble responsabilidad con el futuro de esta parte del mundo.

    Gracias a todos por su presencia y su aceptación a nuestro llamado para tan alto y trascendental compromiso. Tenemos la certeza que el brillo de sus inteligencias y, la experiencia y sabiduría de sus planteamientos y reflexiones, harán que esta memorable oportunidad deje profunda y rutilante huella.

 

      Miguel Santamaría Dávila

     Presidente de la Sociedad Bolivariana de Colombia.

     Destacado economista, político, empresario y diplomático con amplio conocimiento en la historia del desarrollo en Colombia.

     Exembajador de Colombia en Rusia, Bolivia, Venezuela, y representante de Colombia ante organizaciones como la Unesco, OEA, OIT y Conferencia     FAO, exsenador y representante a la Cámara y exgobernador de Cundinamarca.

      Director de distintas agremiaciones como Fedegán, ACIL, ALALC, entre otras.

     Condecorado por la repúblicas de Colombia, Bolivia, Venezuela, Ecuador, China y Brasil.

     Nacimiento: 17 de marzo de 1933. Bogotá, Colombia.

 

 

 

 

 

 

 

 

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