¿Será posible salvar el acuerdo del desmonte del proyecto nuclear Iraní?

Publicado: 2021-09-22   Clicks: 797

     Tensione sUSa Irán

      Ante la intromisión calculada y hábilmente manipulada de China y Rusia, que mueven fichas tras bambalinas en torno al proyecto nuclear iraní, los gobiernos de Estados Unidos con sus aliados e Irán, deben revisar sus líneas rojas, o arriesgarse a una guerra, de la que sacarían ventajas geoestratégicas los manipuladores y perderían los enfrentados en el campo de batalla.

       En este tenso entorno geopolítico los gobiernos occidentales afectados por la compleja inestabilidad que significa un país gobernado por extremistas religiosos con armas nucleares a disposición, están expresando preocupación de que azuzado por China y Rusia, el nuevo presidente iraní, Ebrahim Raisi, torpedeará las conversaciones entre su país y las potencias empeñadas en restaurar el acuerdo nuclear de 2015, que se estancó desde 2018, cuando la administración Trump retiró a Estados Unidos del acuerdo.

      Les preocupa porque Raisi está retrasando la reanudación de las negociaciones, con la circunstancia agravante, que cuando las conversaciones se reanuden, probablemente, Irán planteará demandas poco prácticas.

       A esto se suma, que el mayor obstáculo al que se enfrentan los negociadores occidentales, no son las opiniones de línea dura del gobierno de Raisi, sino el claro fracaso de la política exterior mutua de Washington y Teherán, para resolver con sinergias, los desacuerdos fundamentales que frustraron un acuerdo en la última ronda de conversaciones en Viena en junio de 2021, inclusive cuando el gobierno iraní era más moderado, bajo la batuta del ahora expresidente Hassan Rouhani.

       En contraste con las dudas razonables de los diplomáticos occidentales, el nuevo gobierno de Raisi en Irán parecería estar decidido a continuar con las conversaciones, e inclusive, es probable que continúe donde lo dejó su predecesor. La otra duda, es si se trata de conversar para ganar tiempo, con base en la estratagema de negociación propia de las cartillas soviéticas y ahora rusas.

      Quizás la teocracia de Teherán calcula que los avances logrados entre abril y junio de 2021, durante seis rondas de conversaciones destinadas a resucitar el acuerdo, conocido como el Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC). Pero en la práctica, si Estados Unidos e Irán no adaptan sus posiciones para cerrar la brecha que los separa, las conversaciones permanecerán en un callejón sin salida, con resultados potencialmente desastrosos para ambos países y todo el Medio Oriente. Por lo tanto, si buscan un resultado diferente, entonces, por parejo, necesitan un enfoque diferente.

       Dagas mortales asechando el corazón del acuerdo

       En el corazón del enfrentamiento se entrecruzan las percepciones erróneas de ambas partes. Aún impregnada por la soberbia de haber sacado a Donald Trump de la Casa Blanca, la administración Biden trata a Irán como trataría a cualquier adversario en inferioridad de condiciones, mientras que Irán, resentido y sin olvidar que el pacto fue suspendido de manera unilateral por el gobierno Trump y herido por la imposición de sanciones draconianas, se ve a sí mismo y vende al mundo, la imagen de ser la parte agraviada.

       Igualmente, la cúpula político-religiosa de la teocracia iraní supone que el tiempo está de su lado. Las razones: Washington ya ha sancionado a Irán de múltiples formas, y sin embargo, la economía de Irán ha sobrevivido y ahora está en expansión. Debido al crecimiento exponencial de sus programas nucleares, los funcionarios de Teherán suponen que están bien posicionados, para generar más influencia y obtener más concesiones de Occidente.

En realidad, el colapso del Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC) representaría el peor de los escenarios geopolíticos para ambos países. Si cuando se reanuden las conversaciones, ninguno de los dos cambia de rumbo, es previsible que las negociaciones se estanquen en un punto muerto.

       Ante la falta de opciones para restablecer el acuerdo nuclear con Irán, la administración Biden enfrentaría enorme presión política, encaminada a sostener con mayor vehemencia la política de Trump, de aplicar la "máxima presión contra Irán", a la que contrario sensu, la administración Biden se opuso y ha definido como un abyecto fracaso diplomático.

       Por extensión, la Casa Blanca se vería forzada a tomar decisiones muy difíciles, si el programa nuclear de Irán llegara a un punto de no retorno, y se tornaran más fuertes, convincentes y resonantes los reiterados llamamientos israelíes a la acción militar contra Teherán.

       Para hacer más complejo el escenario geopolítico, en Irán se percibe que la teocracia chiita posee una ventaja geoestratégica, derivada del equilibrio de poder regional, luego del triunfo talibán en Afganistán y el desenlace caótico de la guerra internacional más larga e improductiva, en que se ha comprometido Estados Unidos durante 245 años de democracia sólida.

        En ese orden de ideas y con el ánimo de robustecer el soñado Arco Chiita, Irán podría alentar a sus aliados en Irak y Siria, a presionar más agresivamente para que las fuerzas militares de Estados Unidos acantonadas en esos dos países, salgan del Medio Oriente. Algo que para nadie es un secreto, constituye un gran sueño geopolítico para China y Rusia.

        Pero visto desde otra arista, una escalada de tensiones contra la potencia norteamericana podría resultar costosa para Irán. Sus avances nucleares devolverían a Irán a la condición de paria internacional: En la medida que Irán cruce más líneas rojas del Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC), obviamente los países europeos firmantes de este pacto en 2015, restablecerían las sanciones de la ONU, aquellas que el acuerdo nuclear levantó, e impondrían otras sanciones multilaterales.

        Como resultado de esa medida, a otras naciones occidentales les resultaría difícil mantener el comercio con Irán. Este tipo de acciones draconianas, infligirían más dolor al pueblo iraní, que de por sí, ya está sumido en una crisis multifactorial, que incluye estancamiento económico, degradación ambiental y graves efectos derivados de la pandemia del COVID-19. Al mismo tiempo, Teherán correría el riesgo de ser blanco de más operaciones encubiertas, que sabotean sus instalaciones nucleares e infraestructura crítica, o que por medio de acciones cinematográficas y sorpresivas mueran sus científicos nucleares.

       Las implicaciones geopolíticas, geoeconómicas y geohumanas serían graves para la región. Con Teherán y Washington enfrentados de manera irreconciliable, la región se hundiría en un mayor conflicto e inestabilidad, en lugar de consolidar avances, en los esfuerzos de desescalada entre Irán y algunos de sus vecinos árabes sunitas.

        En términos concretos, Estados Unidos y el resto del mundo, serían testigos del crecimiento de un corredor de caos geopolítico que se extendería desde Afganistán hasta las fronteras de Israel. Por extensión del problema, para la administración Biden, el fracaso de las conversaciones de Viena descarrilaría una agenda de política exterior más amplia e imprecisa para los intereses geopolíticos tradicionales de la potencia norteamericana, que durante los ocho meses de su mandato, ha buscado cambiar el enfoque del por siempre convulso Medio Oriente hacia otros problemas globales, tales como la lucha contra el cambio climático y las rivalidades de grandes potencias, especialmente con China.

       Y quien lo creyera, entonces el presidente Joe Biden podría encontrarse transitando el camino hacia una intervención armada en Medio Oriente y el Golfo Pérsico, algo que en contraste y con vehemencia, ha prometido evitar.

        Sin embargo, “el diablo siempre está agazapado en los detalles”

      A raíz de la ruptura del pacto instigada por la administración Trump, el complejo reto que enfrentan Washington y Teherán, es encontrar la fórmula para restaurar el Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC). Después de las seis rondas de conversaciones realizadas en 2021, Estados Unidos acordó levantar la mayoría, pero no todas, las sanciones de la era Trump contra Irán.

       Desde su óptica, la teocracia de Teherán promulga la idea de que algunas de las sanciones que permanecerían en vigor, violan descaradamente el acuerdo nuclear original. Por ejemplo, después de que el Consejo de Seguridad de la ONU rechazó rotundamente una resolución para extender el embargo de armas de la ONU que expiraba, la administración Trump impuso un embargo unilateral sobre el suministro o compra de armas convencionales hacia y desde Irán.

       Irán aduce que esta política estadounidense es un intento de impedir que otros países se involucren en una actividad, que el derecho internacional ya no prohíbe. Pero la administración Biden teme que el levantamiento del embargo genere una fuerte oposición en el país y entre los socios regionales, debido a la participación abierta de Irán oxigenando las guerras civiles en Siria y Yemen, los ataques de socios iraníes y representantes de Estados Unidos a los intereses en Irak, y los altercados marítimos entre Irán e Israel.

       Algunas de las medidas que los países occidentales firmantes del pacto, esperan que Irán adopte en el tema nuclear son difíciles de resolver. Por ejemplo, las potencias occidentales quieren que Irán restaure su "tiempo de ruptura", es decir que alargue a un año, el tiempo que le tomaría a acumular suficiente uranio altamente enriquecido para una sola arma nuclear, como prevé el Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC).

       La realidad es otra. Con información confiable de inteligencia estratégica, se estima que Irán está a solo un mes de la ruptura. Producto de los avances que Irán ha logrado en investigación y desarrollo desde 2019 especialmente en centrifugadoras, desmantelar las máquinas probablemente sea insuficiente para retrasar a un año el período de ruptura del programa nuclear.

       Los países occidentales proponen hacer una bola de naftalina en la infraestructura y las líneas de montaje de las centrifugadoras avanzadas, algo que el gobierno de Irán considera humillante y más allá de sus compromisos con el Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC).

      Como si lo anterior fuera poco, las dos partes contratantes del acuerdo, difieren en la secuencia de pasos que deberían tomar para volver al cumplimiento total del PAIC. Como fue Estados Unidos quien abandonó el PAIC, la teocracia chiita espera que la Casa Blanca dé el primer paso, rescindiendo las sanciones de la era Trump, y luego dar a Irán tiempo suficiente para verificar el alivio efectivo de las sanciones.  

       Debido a la profunda desconfianza y el odio del ala radical extremista religiosa de Irán contra Estados Unidos. El líder supremo de Irán, Ali Khamenei, ha expresado explícitamente esta demanda.

      Entre las promesas mutuas se encuentran:

      Los funcionarios iraníes afirman que necesitan ver los beneficios económicos que el acuerdo pretende proporcionar, a cambio de aceptar promesas de comercio e inversión, que nunca dan frutos. Entretanto, los negociadores estadounidenses parecen estar dispuestos a adelantar cierto grado de eliminación de sanciones, pero no están dispuestos a levantar todas las sanciones de una vez.

       En síntesis, luego esperar semanas para que Irán vuelva a cumplir la promesa de no desarrollar el proyecto, en el terreno su programa nuclear sigue en desarrollo.

      De remate, ambas partes buscan compromisos que no se encuentran dentro del marco original del PAIC. Washington quiere una promesa iraní explícita de que participará en negociaciones posteriores hacia un acuerdo "más fuerte y más largo" que podría abarcar la proyección de poder regional de Irán.

       Teherán busca garantías de que Washington no se retirará del PAIC una vez más, ni lo socavará continuamente imponiendo nuevas sanciones. Sin la certeza de que el alivio de las sanciones estadounidenses al régimen chiita, se mantendrá a largo plazo, pocas empresas extranjeras invertirán en Irán, por lo tanto, sus ganancias económicas derivadas de la reactivación del acuerdo serán mínimas.

     Podría decirse que las demandas de cada parte son comprensibles, pero es difícil para la otra parte estar de acuerdo con la ausencia de decisiones políticas difíciles al más alto nivel.

      Creatividad para salvar el PAIC

      Vista la situación con ojo crítico, el peor escenario para Washington y Teherán no es inevitable. Al ritmo que marchan los acontecimientos, Biden debe comprometerse personalmente con la política de Irán y aceptar el precio político por promover el núcleo de intereses de Estados Unidos, al volver a poner el programa nuclear de Irán en la agenda principal de su administración.

       Su doctrina emergente de la diplomacia para evitar confrontaciones militares, y el autoelogioso ímpetu que demostró al retirar las tropas de Afganistán a pesar de la avalancha de críticas, sugieren que Biden interpreta el reto como una posibilidad de afianzar su política.

       En la orilla opuesta, su homólogo iraní, cuyas cohortes de línea dura controlan todos los componentes del poder nacional en Irán, no deberían permitir que lo perfecto sea enemigo de lo bueno, buscando demandas maximalistas. La teocracia de Teherán debería dejar a un lado, su negativa simbólica a negociar directamente con interlocutores de Estados Unidos, política que ha ralentizado el proceso de negociación y lo ha convertido en un marasmo de sucesos, propensos a malentendidos.

      Para romper el férreo estancamiento bilateral, ambas partes deben retirar algunas líneas rojas. No hay ninguna razón para que Irán rechace nuevas conversaciones en el futuro, cuando el compromiso no sea legalmente vinculante ni esté sujeto a plazos, y cuando las negociaciones puedan abordar algunas de las preocupaciones de Teherán, acerca de las deficiencias presentadas en el alivio de las sanciones.

       Simultáneamente, a Estados Unidos no le conviene desperdiciar la oportunidad de restringir la capacidad de Irán para desarrollar armas no convencionales, a cambio de un embargo de armas convencionales que no ha logrado frenar la industria de armas autóctona de Irán, ni las transferencias de armas a los socios regionales de Teherán en Irak, Siria El Líbano y Yemen.

       Se especula que Estados Unidos y sus socios europeos deberían aceptar un cronograma de ruptura más corto: si el cronograma original de un año es inalcanzable, deberían conformarse con una ventana de ruptura de nueve o diez meses, que sería preferible al tiempo de ruptura de un mes o menos, que en realidad existiría sin un acuerdo.

      Pero el régimen de Teherán también debe responder con prontitud a las preguntas sin respuesta de la Asociación Internacional de Energía Atómica (AIEA), respecto a los rastros no declarados de material nuclear, encontrados en Irán, los cuales se remontan a actividades nucleares anteriores a 2003.

      Otros analistas plantean, que además de las conversaciones nucleares, la administración Biden debería auspiciar el diálogo político de paz y entendimiento mutuo entre Irán y sus vecinos árabes, para abordar algunos de sus problemas no resueltos con respecto al rol de Teherán en el Golfo Pérsico y el Medio Oriente.

      En aras de aclimatar la necesaria paz regional, el gobierno iraquí ha organizado tres rondas de negociaciones entre funcionarios iraníes y sauditas, así como una cumbre internacional que incluyó a otros estados regionales.

       Para que este diálogo fuera más efectivo, La Casa Blanca podríaa instar al secretario general de la ONU, António Guterres, para que apoye una iniciativa de diálogo regional que uniría a Irán, Irak y sus seis vecinos del Golfo (Bahrein, Kuwait, Omán, Qatar, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos), con el fin de concertar medidas de fomento de la confianza mutua, las cuales podrían conducir a una arquitectura de seguridad sostenible para la región y el mundo.

      El escollo en este punto, sería encontrar la fórmula mágica para impedir que China y Rusia sigan metiendo baza en el asunto, por medio de la diplomacia coercitiva y el comercio.

      Por razones obvias, no será fácil materializar las concesiones mutuas exigidas a ambas partes para sacar las negociaciones del actúa estancamiento. Pero también es claro, que si Estados Unidos e Irán esperan salvar el acuerdo nuclear, tendrán que mostrar su voluntad de explorar nuevas ideas.

       Para llegar a una solución se supondría que la diplomacia innegablemente atada a la inteligencia estratégica, debería suponer que las recientes conversaciones de Viena para revivir la esperanza del acuerdo formal de desarme nuclear de Irán, podrían ser su última oportunidad para salvar un pacto, herido hasta la médula por dudas mutuas y silenciosos intereses geopolíticos de Rusia y China, sumados a tensiones chiitas-sunitas, y el válido temor israelí de ser atacado con armas de destrucción masiva .

       Esta es una de las razones por las que expusimos en anterior escrito, que la muerte del científico iraní Mohsen Fakhrizadeh, fue un éxito táctico temporal de actuales connotaciones político-estratégicas, pero que ni significa el retiro del programa nuclear iraní, ni significa la victoria definitiva de Israel para garantizar la seguridad nacional ante un eventual ataque nuclear iraní.

       Por lo pronto, el Golfo Pérsico es otro escenario donde la paz y la estabilidad del mundo están en vilo, y por obvias razones, otro ambiente geopolítico de tensiones de alto interés mundial, donde la diplomacia y las negociaciones de paz, exigen tino, tacto, prudencia, firmeza, creatividad y buen talante.

       El tiempo lo dirá, pues por mucho menos comenzaron dos guerras mundiales en el siglo anterior.

       Teniente coronel Luis Alberto Villamarín Pulido

       Autor de 39 libros sobre estrategia, defensa nacional y geopolítica

       www.luisvillamarin.com

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