Por Luis Alberto Villamarín Pulido
Hace 80 años, el 6 de agosto de 1945 el planeta se estremeció con la noticia transmitida en los cuatro puntos cardinales por los teletipos de las agencias periodísticas, debido a que la Fuerza Aérea de Estados Unidos había vertido una bomba atómica sobre la populosa e industrial ciudad de Hiroshima en Japón, advirtiendo al cerrado régimen imperial shintoísta, que si no capitulaban de inmediato, vendrían nuevos y más depredadores bombardeos nucleares, como en efecto ocurrió tres días después en Nagasaki.
Naturalmente, el emperador Hirohito reconoció que era un ser humano y no un semidios, por ende, cedió y todo su programa de expansión geopolítica cayó como estantería sin tornillos.
De tan atroz hecatombe bélica a la fecha han transcurrido exactamente ocho décadas. Mucha agua ha corrido por debajo de los puentes de las tensiones bélicas. La relativa paz que impuso el final de la segunda guerra mundial, a pesar de la complejidad de la guerra fría que se suscitó a renglón seguido entre Estados Unidos y la Unión Soviética, pareció iniciar un progresivo deterioro a finales del siglo XX con el vertiginoso ascenso de China en el ámbito de las potencias como lo había previsto el gran corso Napoleón Bonaparte, cuando vaticinó que este gigante sacudiría al mundo cuando se despertara.
Para colmo de males, en la desequilibrada Federación Rusa por efectos directos de la caída del Muro de Berlín, sobrevino el inusitado ascenso al poder del autócrata Vladimir Putin, quien revivió fantasmas zaristas de expansión y ansias melancólicas de quienes sueñan con retornar a Moscú y San Petersburgo como epicentros de un imperio que controle el Cáucaso, Europa Oriental, Asia Central, Rusia y el Lejano Oriente septentrional, con todos sus mares, ríos, estepas, montañas y riquezas. No les basta ser de hecho, el país con más territorio en el orbe.
La agresión contra Ucrania tolerada por la débil ambigüedad de Barack Obama en 2014, sumada a la nunca aclarada relación de intereses mutuos del dúo Trump-Putin, hizo metástasis con la sangrienta invasión militar rusa iniciada en febrero de 2022, que luego de tres años y medio de sacrificio heroico del pueblo atacado, marca peligrosas tendencias del eventual uso de armas nucleares o de destrucción masiva.
1945 señaló luces de esperanza con la ONU para aclimatar la paz, e ir haciendo a un lado las autocracias causantes por lo general de todas las guerras de la humanidad. Hoy esa esperanza se desvanece, porque la sensatez y la integración de las naciones, está empañada por las ambiciones desmedidas de mortales con poder, que en su egolatría creen ser eternos
Putin acumula 4 años amenazando con que va a utilizar las armas nucleares. Lo propio ha hecho el dictador norcoreano Kim Jung-un. El régimen autocrático y teocrático de Irán imbuido de mentalidad medieval y arcaica pero dotado con armas modernas, sueña con tener poder nuclear para desparecer del planeta al odiado estado judío.
Pakistán e India atosigados por mil problemas sociales, políticos y económicos internos de casi dos mil millones de seres humanos que habitan sus territorios, están enfocados en armarse cada uno por aparte con dotaciones nucleares, en lugar de construir un proyecto conjunto que los posiciones geopolíticamente. Les es imposible por odios culturales y religiosos. Mejor es armarse con equipos militares depredadores de energía nuclear, para amenazarse todo el tiempo.
El anuncio poco claro de Trump para mover dos submarinos nucleares, sin precisar cuáles de esas naves de combate naval, ni con que intención de maniobra, dio pie a Putin para decir que no revalidará acuerdos para limitación de misiles hipersónicos, es decir, apareció otra amenaza renovada y reiterada, que socava más la estabilidad mundial.
Síntesis: O los gobernantes de las potencias poseedoras de arsenales atómicos recapacitan y detienen esta orgía de propaganda letal, o por acción y omisión seremos testigos históricos y victimas colectivas de una tragedia que parecía superada hace 80 años, por lo aterrador que vio la humanidad en Hiroshima y Nagasaki.
¿Habrá sensatez o por lo menos sindéresis?... Dios permita que sí