Si bien es cierto que el señor Trump es el primer y principal responsable de la crítica situación a la que llegó su deseada continuidad en la Casa Blanca, también es cierto que el odio, las pasiones, y la ira están primando en las decisiones de la dirigencia demócrata para abortar el proceso de acusación formal, más con la intención de causarle muerte política, que de sancionar su conducta en torno a los lamentables sucesos del 6 de enero de 2021.
En contraste con la actitud conciliadora y reposada de Biden, la señora Pelosi ha encabezado desde el Congreso una apasionada reacción personal que instala de inmediato, la neblina a la que se refirió Clausewitz, cuando analizó las etapas complejas de la guerra; neblina que impide la visión sobre el teatro de operaciones e induce a decisiones inadecuadas.
El quid del asunto no es si Trump es culpable o no, pues eso lo determinará justicia estadounidense, muy seria, por cierto. El punto grave es que la obsesiva polarización hace perder la sindéresis y canaliza sentimientos hacia escenarios de retaliaciones mutuas, acusaciones temerarias, especulaciones y la muerte absoluta de la verdad.
Perdida la verdad y posicionadas las pasiones, tan letales en todas las etapas de la historia de la humanidad, las masas que son irredentas y amorfas al decir de Ortega y Gasset, reaccionan por instintos colectivos, por marejadas publicitarias, por emociones reprimidas, por deseos de venganza, por retaliaciones, por afectos… Todo menos que por racionalidad.
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