Transcurría una lluviosa mañana de septiembre de 1981 en las recónditas montañas del departamento del Cauca. De repente, sonó una terrible explosión. Un jeep Nissan modelo 70 color café, perteneciente al batallón Boyacá voló por los aires, despedazado por los efectos letales de tres cantinas llenas de dinamita, sembradas y luego activadas por la sexta cuadrilla de las Farc, sobre la estrecha vía hacia la repetidora de Munchique.
En el atentado murieron un suboficial y dos soldados, encargados de llevar los víveres y el pago mensual a los soldados responsables de asegurar las comunicaciones de la Tercera Brigada.
De inmediato se inició la persecución de los agresores. Dos días después, fue asesinado el subteniente Germán Ríos Restrepo orgánico del Grupo Cabal. Un tirador emboscado, le incrustó en el pecho una balinera de acero, disparada con una escopeta de fisto.
Ese mismo día, el suscrito efectuaba presentación en Popayán por término del curso de Lanceros. Durante el viaje de Bogotá a Popayán, había leído extensas reflexiones de Robert Mc Namara acerca de la irresponsabilidad de neófitos funcionarios civiles en el manejo de la guerra, a partir de su propia y nefasta experiencia como Secretario de Guerra de los Estados Unidos, durante los primeros seis años de la prolongada confrontación bélica en Vietnam.
Por razones obvias, fui comisionado para comandar una infiltración táctica hacia la Romelia, área de repliegue de los atacantes. La zona es montañosa, fría, escasa de vegetación y llena de riesgos, pues facilita la acción depredadora de tiradores emboscados.
A la semana de operaciones capturamos a uno de los bandoleros que ejecutó la acción. Era un campesino caucano iletrado, solapado y cuasi- mudo. De no ser por el arma que llevaba consigo, hubiera sido imposible entregarlo a la justicia. En el terreno comprendí la realidad y las dificultades de una guerra asimétrica y cavilé acerca de las conclusiones de Mc Namara.
Aquella noche lejana, en una fría cumbre andina, sintonicé en la radio el noticiero Caracol. El entonces candidato a la presidencia de la República, Belisario Betancurt, aseguró que de ser elegido iniciaría conversaciones de paz con los grupos terroristas alzados en armas.
A mi lado, el sargento Ospina, escuchó desconcertado, miró hacia los lados y luego me preguntó:
- Mi teniente: ¿usted si cree que esos bandidos se van a desmovilizar?-
- No Ospina. Los bandoleros pretenden manipular las ilusiones de paz de los colombianos. Ellos son comunistas y tienen una estrategia definida en aras de tomarse el poder-
- Esto es inaudito. Mientras mi esposa está a punto de dar a luz el segundo hijo yo estoy aquí buscando unos miserables bandidos como ese que capturamos hoy, y los políticos que nunca han combatido en el monte, transan con ellos y les importan un carajo, las muertes como las de mi teniente Ríos, el suboficial y los dos soldados del Boyacá- repuso ofuscado el sargento Ospina.
- Es la paga del soldado de la que hablara el escritor William Faulkner. Ni los políticos ni la población civil entienden el sacrificio de los soldados. Para muchos somos un mal necesario. Pero si se acaba el Ejército o se resquebraja su moral, se hunde Colombia- contesté.
Jorge Antonio Vega el reconocido locutor colombiano continuó la lectura radial de las noticias. Una de ellas describía un descarado robo del erario público cometido en una entidad estatal y la destitución de otros funcionarios por corruptos. En realidad eso es algo normal y repetitivo en Colombia, pero por las condiciones de la lluviosa y oscura noche caucana, la situación tenía otras connotaciones.
- Y ¿qué pasará cuando los soldados entiendan y se cansen de regar sangre en defensa de esa caterva de políticos corruptos, ladrones y degenerados?- comentó el sargento.
- El problema es cultural y generacional. No se va arreglar de la noche a la mañana, pero como dijo el general Mc Arthur: “Sean cuales fueron los cambios en la política de los estados, la misión de los ejércitos será ganar las guerras”- contesté.
Cuando terminamos la operación pasamos por Cali. En el casino de oficiales estaba detenido el teniente Plata, sindicado de la muerte del terrorista Marcos Zambrano del M-19. Ese día nos enteramos, que el juez penal que conoció el caso del guerrillero capturado en La Romelia, lo dejó libre por falta de pruebas. Y pensar que el bandido confesó ser el escolta personal de Miguel Pascuas, el cabecilla de la cuadrilla. Vi que la justicia operaba para los militares, pero no para los bandidos. El tiempo transcurrió. Las muertes de los militares en la vía a Munchique pasaron al olvido, como las de tantos de soldados que a diario perecen por defender a quienes en lugar de respaldarlos con leyes, entregan el país al arbitrio de los delincuentes. Durante 21 años más, nos esperaban otras operaciones de combate en el Cauca, el Putumayo, Amazonas, Cundinamarca, Antioquia, Barrancabermeja, Meta, Guaviare, Tolima, Huila, Valle; combinadas con otros cargos en la academia y el Ministerio de Defensa.
Y durante ese periodo ocurrieron sucesos trascendentales en la vida nacional. Terroristas del M-19 financiados por Pablo Escobar destruyeron el Palacio de Justicia, debido a la falta de carácter del presidente Betancourt quien ansioso de convertirse en premio Nóbel de Paz, inició 20 años de ausencia de autoridad y carencia de estrategias integrales de Estado para combatir la subversión.
El capo antioqueño cogobernó durante los laxos gobiernos de Barco y Gaviria. Luego, el cartel de Cali impuso un presidente y un contralor general de la república. Las Farc se convirtieron en cartel..... y mucho más. No obstante, el incomprendido Ejército sostuvo la erosionada democracia sin que nadie reconociera su prolongado sacrificio.
Y así llegó la constituyente del 91 hecha a voluntad de Pablo Escobar y del protagonismo político del M-19, secundados por el presidente Gaviria, que autorizó un hotel de cinco estrellas, nominado con el eufemismo de cárcel de La Catedral, para que el narcotraficante paisa delinquiera a sus anchas. Luego, Gaviria se hizo el de la vista gorda a sabiendas que los Pepes interesados en asesinar al gran capo, andaban con el Bloque de Búsqueda.
Y esa asamblea constituyente fue el comienzo de la crisis institucional que afecta al Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea. Aunque se dijo que la institución militar quedó incólume en la nueva carta, los hechos posteriores demuestran lo contrario.
Las Fuerzas Militares se quedaron sin Reglamento de Régimen Disciplinario. El Habeas Corpus y el impedimento de los allanamientos, dificultaron la dispendiosa labor de las necesarias entrevistas a los terroristas capturados.
Se acabaron las bases de datos de las redes de apoyo clandestino a las guerrillas. Entró en crisis la Justicia Penal Militar. Se desató el “síndrome de la Procuraduría” y se evidenció la infiltración sistemática de comunistoides en Asonal Judicial, con la tarea de hacer guerra jurídica contra las instituciones armadas, con el velado propósito de resquebrajar su moral.
Al mismo tiempo por ausencia de estrategias integrales para contrarrestar el plan estratégico de las Farc, crecieron los grupos de autodefensa ilegal y el narcotráfico se convirtió en el motor de la guerra que azota a Colombia.
Entre 1998 y 2002 el presidente Andrés Pastrana, más preocupado por sus intereses personales que por la salud de la patria, entregó medio país a las Farc, a sabiendas que las conversaciones sin programa estratégico del gobierno y sin capacidad de desarrollar un plan B en caso que no funcionaran, iban a ser un fracaso rotundo.
Una vez más con sangre, sudor y lágrimas, el Ejército salvó la situación y sostuvo la caterva de políticos corruptos, ladrones y degenerados, como visiblemente enojado definió el sargento Ospina aquella fría noche de invierno, a algunos dirigentes políticos colombianos.
La elección y reelección del presidente Uribe, trajo por fin un presidente que producto de su genuino deseo personal de hacer cumplir la ley contra las guerrillas terroristas, se identificó con los postulados y objetivos de las Fuerzas Militares, condición ajena a los anteriores mandatarios, que siempre vieron las fuerzas del orden como un mal necesario.
Pero la dicha no es completa. Mientras el ansioso de protagonismo con miras electorales al 2010, Juan Manuel Santos dice que la Justicia Penal Militar va a ser reformada, el presidente Uribe insiste en acabarla y delegarle solo asuntos disciplinarios. Ni para decir mentiras se ponen de acuerdo. Tradición de tradición en el oportunista ambiente político colombiano.
Lo grave es que despojar a los militares del constitucional fuero especial, para satisfacer demandas de izquierdistas internacionales incrustados en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y a las Ong´s proclives a las Farc, así como para hacer politiquería maltratando a la única institución que los protege, tanto el presidente como su “vedette” ministerial, ponen en riesgo la moral y espíritu de cuerpo de los soldados colombianos.
¿Qué tal entregar a oficiales, suboficiales y soldados, en manos de la jauría de fieras sedientas de “sangre militar”, infiltradas en Asonal Judicial, que laboran en la Fiscalía, el CTI, los juzgados y la Procuraduría. Sería como entregar la cabeza al verdugo en bandeja de plata.
Lo mas grave, es que muchos estultos piensan que pierden las Fuerzas Militares, pero no se dan cuenta que la que pierde es Colombia, que con la presencia de gobiernos comunistas alrededor de nuestro país, el sesgo de los incendiarios congresistas del Polo Democrático, la barbarie de las Auc, el terrorismo de las Farc y la desnaturalización del Ejército, todos los colombianos seremos las víctimas de los anarquistas y los totalitarios.
Sin duda que la propuesta del señor Uribe de eliminar la Justicia Penal Militar, cayó como un baldado de agua fría sobre las tropas que a diario exponen su vida para sostenerlo en el cargo.
Es imposible que quien no haya sentido el frío de la muerte en el combate inesperado; quien no haya patrullado meses por la selva detrás de los terroristas; quien no haya visto caer soldados en el campo de batalla; quien no haya experimentado la emoción de entrenar tropas, de comandar soldados en operaciones; de administrar los recursos, de estudiar la guerra de guerrillas, de profundizar en temas como la táctica, la estrategia, la logística, las operaciones conjuntas; quien no haya saltado en paracaídas militar, o entrevistado un guerrillero; quien no haya caminado toda una noche para caer de sorpresa al amanecer sobre la guarida enemiga, quien no haya convivido con los soldados; jamás podrá conocer a los militares, ni entenderlos, ni mucho menos juzgarlos.
Por eso señor presidente, no patine ni de pasos en falso. Las Fuerzas Militares lo admiran, lo aprecian y lo respetan, pero como a todos los seres humanos, no les gusta sentirse ni manoseadas, ni traicionadas. Lo invito a reflexionar un poco en las frases del sargento Ospina:
-Y ¿qué pasará cuando los soldados entiendan y se cansen de regar sangre en defensa de esa caterva de políticos corruptos, ladrones y degenerados?, a los que por coincidencia, usted aseguró querer combatir a capa y espada, cuando habló de contrarrestar la politiquería.
Coronel Luis Alberto Villamarín Pulido
Especialista en geopolitica, estrategia y defensa nacional, autor de 40 libros
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