La cultura de la muerte en Colombia

Publicado: 2007-09-20   Clicks: 3439

 

Por coronel Luis Alberto Villamarin Pulido

Publicado el 20 de Septiembre 2007 8:26 PM en el Diario El Tiempo de Bogotá- Colombia

http://www.eltiempo.com/blogs/analisis_del_conflicto_colombiano/2007/09/La-cultura-de-la-muerte-en-Col.php

 

    Una señora caleña muy acongojada me contó en una calle de New York,que Oscar su hijo único fue asesinado en la capital del Valle del Cauca en Colombia, por un hampón apodado “chagüí”, porque la víctima tuvo la desgracia de parquear la moto cerca de la del matón y entrar por coincidencia al bar, donde alguien acababa de abofetear y humillar al delincuente.

     El sicario salió del bar a buscar el arma para matar al agresor. Como la víctima no sabía que estaba sucediendo le hizo el reclamo porque le había tumbado la moto. “Chaguí” le advirtió que haberle hecho ese reclamo le  saldría caro. Oscar no dio trascendencia al asunto y se quedó parado frente al bar charlando con un amigo. A los pocos minutos regresó el sicario y lo asesinó a sangre fría.

    La trágica historia, que por infortunioes muy común en nuestro país, retroproyectó una conclusión de a puño, desconocida  por analistas y sociólogos que se niegan a aceptarla como un fenómeno crónico: En Colombia campea la cultura de la muerte.

    Cuando era niño, escuché a los adultos decir que la nunca aclarada muerte de Gaitán fue el origen de las dos violencias, la de los cincuenta apadrinada por sectores del clero y del partido conservador, y la de los sesenta, promovida por gamonales ansiosos de quedarse con tierras ubérrimas.

    Por aquella época, unos finqueros enardecidos asesinaron a un delincuente “robagallinas” apodado Pacho. Era un acuerdo tácito. El inspector de policía hizó el levantamiento del cadáver, y la investigación quedó impune pues era “vox populi” la necesidad de matar a ese ladronzuelo.

     A una cuadra de la casa, vivía Julio, un campesino de mirada “matrera” que se preciaba de haber purgado una condena de 18 años de cárcel, algunos de ellos en la penitenciaría La Gorgona, debido a que acompañado por sus hermanos mató a tiros y remató con machete a cinco enemigos políticos en una emboscada ocurrida en una vereda de Purificación- Tolima.

     En el área urbana del municipio donde vivía, un comerciante de café, asesinó a sangre fría a un vago borrachín que vivía de jugar “chicos de billar” con muchos de los adultos del poblado, pero que tenía la mala costumbre de mofarse de quien acababa de derrotar.

     Desde aquella época escuchaba por la radio o veía por la televisión, e recuento de noticias relacionadas con asesinatos por celos, por vengar el “honor” de una hermana, por eliminar raponeros, por negocios turbios, por líos de faldas, por narcotráfico, por peleas entre vecinos, por cualquier cosa.

     Sin duda, estos ejemplos demuestran que apenas desde las décadas de los cincuenta y los sesenta, se conoció la dimensión del drama debido a que los medios de comunicación iniciaron a hacer público, algo que ha existido desde siempre en Colombia: la cultura de la muerte para acallar adversarios, cobrar viejas cuentas, o mostrar superioridad, con la circunstancia agravante que la ley ha sido vista como inoperante, o fácil de manipular con dinero, amenazas o poderes subrepticios, mejor dicho aplicable solo a “los de ruana”.

     Y en ese ambiente de violencia social, naturalmente concatenada con la intrafamiliar, se fortalecieron la violencia política y el narcotráfico, hijos de la corrupción y desbarajuste heredado de los dos partidos tradicionales y de la ideologización de la carnicería humana iniciada por el partido comunista en los sesenta y multiplicada por las autodefensas ilegales en los noventa.

     Son muchos los factores que confluyen en el origen, crecimiento y desmadre del caos social, político y económico que agobia a Colombia, pero todo gira alrededor de la incapacidad marcada de los dirigentes de turno para orientar a la sociedad; a la ausencia de educación integral; al sectarismo antes bipartidista y ahora de los comunistas contra Colombia; a la intolerancia de los dueños del poder económico; al criterio latifundista de tierra improductiva heredado de la colonia como forma de mostrar poder en todos los sentidos; a la convicción de la justicia por la propia mano y la ausencia de objetivos nacionales.

     Pero a esto se suma la idiosincrasia propia del colombiano, perfilada por la enfermedad nacional de la envidia. Nunca se cree en los valores propios. A quien se destaca en cualquier campo solo le llueven críticas de los mediocres en especial de los que no tienen ni idea de lo que el otro hace. Circula un veneno mortífero por la sangre de unos pocos que siembran la cizaña. Y sin embargo Colombia subiste.

Hay un patrioterismo oportunista. En la medida de las posibilidades de acceso a la educación, cada quien pontifica en especial de lo que no conoce. No hay cultura del debate civilizado de las ideas porque es mas fácil descalificar con la ofensa y las frases que destilan un enorme complejo de inferioridad, motor que oxigena esa violencia, en la que solo se necesita un resentido que la impulse.

     Y todo esto ocurre porque desde el nacimiento de la república, los dirigentes políticos en los tres niveles de administración solo han pensado en ellos. Prueba de este aserto es que mientras escribía este texto apareció uno de los tantos colombianos que salen a probar suerte en otras latitudes. De manera espontánea me narró con lujo de detalles la legalización de la compra de 5000 sandwiches en un aniversario de Bogotá, cuando en realidad  adquirieron 500, la mafia del robo de las tapas de las alcantarillas en Bogotá, los gastos suntuosos de los “gobernantes populares” que toman whisky a nombre del pueblo que paga los impuestos, la feria de contratos para el alumbrado navideño, etc.

    Ante todas estas evidencias, se concluye que el círculo es vicioso. Las Fuerzas Militares y de policía exponen sus vidas para defender un sistema “democrático”, en el cual se anidan ratas que roban a los colombianos; la guerrilla que se dice defensora de los pobres “masacrando el pueblo” y destruyendo la precaria economía nacional; los “paramilitares” que se dicen “contraguerrilleros”, pero que se volvieron igual que las Farc: asesinos y narcotraficantes. Y a los dirigentes políticos les resbala lo que suceda, mientras hayan las mordidas, el 10% de los contratos, las cifras infladas, las componendas, las cuotas obligatorias de dinero para la próxima campaña electoral del padrino politiquero que lo colocó en el cargo, etc, etc.

     Mientras no cambiemos de manera de pensar y ver las cosas, comenzando por la educación integral de la niñez y la juventud, Colombia estará sumida en la cultura de la muerte y el mar de babas de los envidiosos que a todo le encuentran el pero y la posibilidad de agredir o destruir, mas no de construir o aportar soluciones.

 

Coronel Luis Alberto Villamarín Pulido

Analista de asuntos estratégicos

www.luisvillamarin.com

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